Marta deseaba morirse. No podía entenderlo. Pese a sus veinticinco años, sólo se había acostado con dos hombres. Y a cuál peor. El último resulta que era un mentiroso, casado y con dos hijos nada menos… se imaginó las caritas de esos niños y por asociación no pudo evitar pensar en cómo sería la cara de su propio hijo. Las lágrimas le llenaron los ojos y se negó a retenerlas, llevaba haciéndolo seis largos años.
Tres copas de vino y dos horas más tarde, Marta no podía seguir rodeada de gente, le dolía demasiado el corazón, por lo que tras disculparse con sus amigas se dirigió a su casa dispuesta a meterse en la cama y no salir nunca más, lo que ella no sabía era que las malas noticias aún no habían terminado.
Sara y Lucía sufrían por su amiga, pero decidieron darle el espacio necesario, ellas siempre estarían a su lado para apoyarla, eran un trío y siempre lo serían.
Caminaba por la acera mirando al suelo, con las lágrimas encharcándole los ojos y sin poder dejar de pensar en el peor día de su vida. El corazón le dolía tanto como aquella vez, de hecho, parecía que el tiempo había retrocedido y acababa de salir del hospital. El dolor le nubló la vista y chocó contra el duro torso de un hombre, el aroma que aspiró sin querer le recordaba a Isaac.
– ¡Marta! Tienes que mirar por dónde vas — no se lo podía creer, lo último que necesitaba era encontrarse con él
– Lo siento Isaac — dijo sollozando y le esquivó para seguir su camino, ni siquiera podía mirarle
– ¡Oye! — una mano firme la sujetaba por el brazo y otra le levantó el rostro. Isaac sintió como el corazón le reventaba en el pecho, su dulce Marta estaba llorando y parecía desolada — ¿qué te pasa preciosa? — le dijo con una sonrisa
– ¿Preciosa? — una voz femenina muy estridente hizo que Marta se sobresaltara — ¡Isaac! ¡que estoy delante!
– Marta… ¿qué ocurre? — Isaac ignoraba totalmente a la Barbie que paseaba colgada de su brazo como un loro — háblame — le faltaba poco para suplicar
– Sois todos iguales — la rabia empezó a consumirla y mirándole a los ojos, se enfrentó a él — no valéis la pena, ¡ninguno! Sólo buscáis una cosa, acostaros una vez con alguien y después ¡Adiós muy buenas!
– ¡Oye! ¡Conmigo se ha acostado más de una vez! — protestó la exageradamente oxigenada rubia haciendo un mohín, tanto Isaac como Marta quisieron darle una bofetada
Marta no lo soportó más. Echó a correr y antes de que nadie pudiese alcanzarle entró en el portal de su casa. Toda su vida se había desmoronado sin que ella pudiese impedirlo y ya no podía soportarlo más. Sacó una maleta de su armario y empezó a llenarla con ropa, no sabía lo que estaba metiendo en ella, pero le daba igual, sólo quería huir tan rápido como pudiese.
Se conectó a la aerolínea desde el ordenador del salón que compartía con Lucía y compró un billete para Milán. No había hablado con sus padres desde que la visitaron por última vez, pero estaba segura de que la recibirían con los brazos abiertos.
Disponía de una hora antes de que tuviese que salir hacia el aeropuerto, por lo que dedicó el tiempo a escribir una carta y despedirse de sus amigas.
“Chicas, sois lo mejor de mi vida, las hermanas con las que siempre soñé y jamás podré explicaros cómo me hace sentir tener que abandonaros así. Os voy a contar una historia y después de conocerla, estoy segura de que podréis comprenderme un poco mejor.
Había una vez una chica recién llegada de Italia, que lo único que quería en la vida era estudiar veterinaria en la ciudad que la vio nacer, era una chica joven, ingenua y confiada. A los pocos días de llegar a Madrid conoció a dos mujeres que la acogieron y la hicieron sentirse especial, tanto, que incluso compartió vivienda con ellas y las quiso de todo corazón.
Pero una de las chicas tenía un hermano mayor que era el sueño de cualquier adolescente. No os aburriré con los detalles, el caso es que una noche, él salió de fiesta y sin saber muy bien cómo, terminó en el piso de su hermana, el que compartía con sus amigas, sólo que ellas no estaban allí, sólo estaba la chica de origen italiano que además estaba loca por el hermano de su amiga.
Una cosa llevó a la otra y terminaron acostándose. Nada que no haya ocurrido un millón de veces. Salvo que era la primera vez para ella y que no pudo evitar creer todas y cada una de las palabras de amor que el chico le decía mientras estaba dentro de ella. El caso es que unas semanas después, ella se enteró de que estaba embarazada, pero guardó silencio, necesitaba tiempo para pensar. Salvo que tardó demasiado en hacerlo.
Cuando se quiso dar cuenta estaba ingresada en el hospital firmando una autorización para que le hiciesen un legrado. El embarazo se interrumpió de forma repentina, no había culpables, simplemente ocurrió. La chica estaba muerta de miedo y en un acto de locura, llamó al chico para pedirle que la acompañase, pero él estaba en una fiesta universitaria demasiado ocupado con una chica que gritaba su nombre entre risas, no se atrevió a contarle nada y pasó una semana ingresada en el hospital. Lo peor fue que había mentido a sus amigas diciéndoles que había tenido que volar a Milán por una emergencia familiar.
Bien, como ya habréis deducido, la chica de la que os hablo soy yo. Os mentí. Os dije mil veces que me había enamorado de Isaac al verle salir de la ducha, pero no es cierto, me enamoré de él cuando me besó, cuando compartimos aquella noche mágica y de la que resultó un milagro que finalmente no llegó a término y ahora mismo lo único que tengo claro, es que sigo enamorada de él y siempre lo estaré.
No alcanzo a expresar con palabras cómo me siento ahora mismo y tampoco sé por qué en este preciso instante necesito deciros la verdad, supongo que será porque me voy a ir de España y para siempre.
Lucía, sigue adelante con la compra de la casa, usa mi parte de los beneficios en la empresa para ayudarte con la hipoteca. En unos días me pondré en contacto con vosotras.
Os quiero con todo mi corazón, ha sido un placer coincidir en esta vida.”