Cuando por fin parecía que ella entraba sola y él volvía a ponerse al volante del coche, algo pasó. Marta le cogió de la mano y le besó. A Isaac se le partió el corazón, no sabía el motivo, pero los celos le estaban consumiendo. Así le había besado a él hacía ya seis años… ella con las manos en su cuello, de puntillas pese a los tacones, siendo sujetada por las caderas con posesión y cerrando los ojos mientras introducía su lengua en la boca de ese malnacido.
Eso era más de lo que estaba dispuesto a soportar. Le pegó un puñetazo a la pared que le ocultaba y salió corriendo. De repente ya no se sentía cansado, tan sólo dolorido, un dolor profundo que le atravesaba hasta el alma. Y a Marta le daba igual que él sufriese.
Marta quiso que ese beso significase algo más, lo deseó con todas sus fuerzas, incluso se imaginaba que era Isaac al que besaba… pero no lo era. Gaby era un hombre de lo más interesante, inteligente, culto, sincero y atractivo, sólo tenía una pega. No era Isaac.
No supo si fue el alcohol o las ganas que tenía de pasar página, pero cuando se dio cuenta, Gaby la estaba desnudando y ella hacía lo mismo con él, cerró los ojos un instante mientras éste le lamía los pezones con avidez, apenas podía sentir nada, pero le dio igual… hacía seis años que no se acostaba con nadie, salvo con su vibrador y anhelaba de verdad olvidarse del hombre que la había destrozado.
Lucía no daba crédito cuando entró en la cocina. Marta estaba desayunando tan tranquilamente con un hombre al que ella no conocía, pero al observarla supo de inmediato que ésta se arrepentía de lo que había hecho anoche. Negó ligeramente con la cabeza y se acercó a la pareja.
Tras las presentaciones, Gaby se disculpó diciendo que tenía que pasar por la oficina para firmar unos papeles, pese a ser sábado y ser el director, prefería dejarlo todo bien atado antes de que sus empleados llegasen el lunes a primera hora.
– ¿Me puedes explicar qué demonios estás haciendo? — le espetó a su amiga en cuanto ésta cerró la puerta
– Ahora no Lu, me duele la cabeza…
– ¡Pues te aguantes! Marta… cariño, ¿qué pasa? Todo esto no es normal en ti, desde que te conozco jamás has pasado la noche con un tío al que acabas de conocer — la miró a los ojos y el corazón se la rompió al ver el dolor en el rostro de su amiga — cuéntamelo… por favor… me mata ver cómo sufres
– ¡Lu! — Marta no pudo más, se echó en los brazos de su amiga y la abrazó con fuerza — cerré los ojos e imaginé que era Isaac el que… ¡oh Dios! Soy lo peor
Lucía la dejó llorar hasta que se quedó sin lágrimas. Su amiga tenía un gran problema y no tenía ni idea de cómo podía ayudarla. Si acudía a Sara para que hablase con su hermano, Marta le retiraría la palabra de por vida.
Al cabo de una semana, las chicas recibieron una gran noticia. El dueño del piso donde Marta y Lucía vivían de alquiler, les notificó que iba a ponerlo a la venta, pero que prefería hablar primero con ellas, no dudaron ni un segundo en decir que sí. Adoraban vivir allí, les quedaba cerca de todo lo que les era familiar e incluso lo habían decorado a su gusto.
Volvía a ser viernes por la noche y las chicas como siempre irían a cenar al restaurante de Isaac, pero Marta aunque no tenía una cita, se negó a ir. Estaba desencantada totalmente, no podía quitarse de la cabeza que mientras se acostaba con Gaby no dejó de imaginar que era el hermano de su mejor amiga ni un segundo, pero a la vez la molestaba sobremanera que su amante real no la hubiese llamado.
Tanto Sara como Lucía se negaron a que su mejor amiga pasara el viernes por la noche sola en casa mientras ellas lo pasaban en grande, entendían que ella no quería ver a Isaac, pero afortunadamente para ellas, Madrid era muy grande y había por lo menos mil restaurantes más donde podrían ir a cenar, lo que realmente importaba era estar juntas y pasarlo bien.
Isaac esperó todo lo paciente que pudo durante más de dos horas, su hermana y sus amigas se retrasaban. Hacía horas que deberían estar en su mesa de siempre riendo a carcajadas mientras él cocinaba para ellas y las escuchaba a lo lejos.
– ¿Dónde cojones estáis? — le preguntó de malas formas en cuanto Sara descolgó el móvil
– Hola hermanito, yo también te quiero
– ¡Déjate de historias! — bramó al otro lado de la línea
– Hoy no vamos a ir, de hecho… creo que estarás feliz con esta noticia, hemos decidido que iremos a cenar a otro restaurante, así que mira… tres cenas que te ahorras todos los viernes
– ¡¿Cómo dices?! — gritó tanto que Sara tuvo que separar el teléfono de su oreja
– Haz el favor de no gritarme — cogió aire y se preparó — hace años que te dije que esto iba a pasar. La has perdido Isaac, para siempre… te dejó claro que no quiere verte más y eso incluye no ir a tu restaurante y por supuesto no pienso dejar de ver a mis mejores amigas, así que nos hemos adaptado
Acto seguido colgó el teléfono y lo apagó, tanto Lucía como Marta hicieron lo mismo. Cada vez que Isaac discutía con su hermana, ella le colgaba el teléfono y acto seguido él la llamaba al teléfono de sus amigas. Pero esta noche tenían muchas cosas que celebrar. Habían decidido abrir otra sucursal de su clínica veterinaria, Lucía y Marta iban a comprar el piso en el que vivían y ya faltaban sólo unas pocas semanas para la boda de Sara. No era el momento para dramas.