Enamorada de ti – 2ª parte

– No… Isaac, no… por favor… yo no puedo seguir así — le dijo con los ojos llenos de lágrimas

– No te entiendo Marta, sé que te gusto, ¿por qué no podemos disfrutar de sexo sin compromiso? — preguntó excitado y enfadado a partes iguales — no sería la primera vez

– Te pedí por favor que no volvieras a recordarme aquella noche — dijo Marta sin poder ocultar su dolor — lo siento, creo que en algún momento tengo que trazar la línea y voy a hacerlo ahora — casi no soportaba mirarle a esos preciosos ojos verdes

Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, se soltó de las fuertes y grandes manos de Isaac y dio dos pasos hacia atrás para alejarse un poco de él, era un vano intento de que la suave brisa que corría disipara la energía que manaba de su cuerpo.

– ¿Se puede saber de qué coño estás hablando? — estaba enfadado, pero no sabía si por lo que ella parecía querer decirle o por el hecho de que se alejara de él

– Hablo de que Sara tiene razón, tú no eres un hombre para mí… — clavó sus ojos en los suyos y con la voz más firme que pudo encontrar en su interior continuó hablando — a partir de ahora nuestra amistad se terminó, no quiero volver a verte nunca

– Tienes que estar de broma — de pronto, toda la excitación que sentía se evaporó, no podía creer lo que estaba escuchando

– No bromeo Isaac, ya no puedo soportarlo durante más tiempo, no quiero volver a verte

Se miraron a los ojos durante un segundo y acto seguido Marta entró en el portal cerrando la puerta de golpe, lo que sacó a Isaac de su ensimismamiento, pero ya era tarde para seguirla y hacerla entrar en razón.

La observó a través del cristal subir las escaleras corriendo, sabía que estaba llorando y sabía que era por su culpa, apenas se había ido y ya la echaba de menos. Siempre había sido así, ella siempre había sido su talón de Aquiles y aquella noche de hace seis años no había podido controlarse. Desde entonces soñaba con repetirlo, pero Marta hacía todo lo posible por no quedarse a solas con él. Y ahora estaba volviendo a huir.

La posibilidad de perderla para siempre le atravesó el corazón como un cuchillo. Todo su cuerpo se estremeció e intentó convencerse a sí mismo de que tan sólo había sido un enfado por el nivel de alcohol en sangre que ella tenía. No podían dejar de ser amigos.

Marta se sentó en las escaleras mientras lloraba todo lo silenciosamente que podía. Sara y Lucía tenían razón, estaba desperdiciando su vida esperando al hombre de sus sueños, sólo que éste jamás vendría por ella. No era normal que siguiese esperando, llevaba haciéndolo seis años y el resultado siempre era el mismo. Isaac vivía la vida a tope y ella le observaba en la distancia sufriendo y llorando cada vez que le veía con otra mujer, lo que siento él como era, ocurría casi todos los fines de semana.

– ¿Qué te pasa? — le preguntó Lucía asustándola, no la había oído acercarse

– Nada… — susurró mientras se limpiaba las lágrimas

– Nada… ¿por eso estás llorando en las escaleras? — insistió de nuevo

– Déjalo estar Lu, estoy cansada y bastante borracha, me voy a dormir

Dicho lo cuál, se puso en pie y entró en el piso que compartía con su amiga, quien había dejado la puerta abierta para ir corriendo al cuarto de baño. Con paso acelerado, los ojos llenos de lágrimas, el corazón encogido por el dolor y sin apenas poder respirar, entró en su habitación, se dejó caer sobre la cama y comenzó a llorar con desesperación intentando amortiguar el sonido, tapándose la cara con la almohada.

Lucía estaba sentada en el suelo del pasillo, al lado de la puerta de la habitación de su amiga. Siempre era igual, desde hacía seis años, nada cambiaba, él hacía o decía algo y Marta se pasaba dos días llorando sin apenas salir de su habitación. Como hacía siempre, se quedó escuchando hasta que dejó de oir los sollozos, después se fue a su cama para intentar dormir algo, aunque intuía que no iba a conseguirlo.

El fin de semana pasó tal y como Lucía había predicho. Marta no salió de su habitación hasta el domingo al mediodía para ir a comer con sus padres que habían venido desde Milán, llevaba demasiado maquillaje para tapar las bolsas oscuras que tenía bajo los ojos, pero ni todo el maquillaje del mundo podría devolverle el brillo de su mirada que ya no tenía.

Sara estaba al corriente de todo y como siempre, estaba furiosa con su hermano. No podía comprender por qué se cerraba así con una chica como su mejor amiga, estaba convencida de que aquella noche en su piso, mientras estaban en la universidad, entre ellos había pasado algo, pero los dos lo negaban y ella se había cansado de intentar averiguarlo.

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